ESPACIO KATHARSIS

Bosque encantado, santuario virtual, un espacio donde interpreto los misterios del Universo, leyendo a través de las estrellas y profundidades de la emoción.

Minimalismo confesional de una paradoja.

Puedes estar entero, sin que te falte una pierna o un pulmón.
Puedes tener el cuerpo íntegro y, aun así, sentirte incompleto.
La plenitud física no llena el vacío.
Un ser humano siempre encontrará algo para echar de menos.
Quizás es tan solo para sentir algo.
Para sentirse vivo.

Yo echo de menos la soledad.
La mía.
No lonely, sino alone:
por cinco minutos.
para recomponerme.
Para volver a ser.

Tengo la suerte de despertarme con el cuerpo entero. Dos piernas, dos pulmones, todo aparentemente en su lugar. Y, aun así, a veces me siento incompleta.
No es tristeza ni un agujero dramático. Solo un hueco suave.

Durante mucho tiempo pensé que ese vacío era un problema. Que había que llenarlo con ruido, con planes, con conversaciones forzadas. Que estar sola era una señal de algo malo: depresión, rareza, incapacidad para “ser social”. Me lo dijeron tantas veces que terminé creyéndolo. Y me forcé. Me puse máscaras. Me vestí con ganas que no tenía. Me quemé.

Pero un día, quizás tras la última página de un libro que hablaba de amar el caos de uno mismo, me di cuenta de que no estaba rota. No estaba mal. Solo necesitaba permitirme ser sensible. Y esa sensibilidad, lejos de ser un defecto, era una especie de radar que captaba lo efímero, lo que suele pasar desapercibido.

Entonces entendí que el vacío no quería ser llenado. Quería silencio.

Desde ese día, empecé a buscar pequeños espacios para mí. No lonely, sino alone. Cinco minutos tomando un mate frente a la ventana, o mientras la sopa burbujea en la olla. Caminando unos pasos detrás de los niños. Cinco minutos para juntar mis piezas, para volver a mí.

Es una paradoja, pero funciona. Cuando vuelvo de esos breves instantes, soy más completa. Más capaz de ofrecer presencia real a mis hijos. Más enraizada. Más yo.

En Diseño Humano dicen que todos contenemos dos lobos: la mente que intenta explicarlo todo y el cuerpo que simplemente sabe. Durante años había escuchado solo uno de los lobos. Ahora, por fin, puedo oír al otro: ese que habla despacio, desde dentro, con la voz de la respiración y del pulso.

A veces pienso que todo esto puede parecer obvio. Pero lo obvio también despierta. A veces alguien necesita justamente eso: una frase sencilla, clara, sin metáforas enredadas, para que algo adentro haga click y recuerde lo que llevaba tiempo olvidando.

Supongo que lo que siento vive entre mi vida de madre, mi manera de cuidarme y mi propia naturaleza. Soy alguien que disfruta estar entre gente, sí, pero observando desde un paso atrás, captando gestos, silencios, detalles que otros pasan por alto. Y después, cuando puedo, necesito estar sola para analizar, contemplar, acomodar lo que el día dejó en mí.

Otras veces lo que necesito es algo más salvaje: estar totalmente sola, en medio de un bosque en la montaña, afilando todos mis sentidos como si fueran antenas antiguas. Escuchando. Esperando sorprenderme con algo diminuto: un insecto que aparece sin aviso, una luz que cruza entre las hojas, un destello que no vi en el momento pero encuentro más tarde en un video del atardecer.

Ahí es donde vuelvo a sentirme entera. Ahí es donde recuerdo por qué necesito la soledad: porque me devuelve a mí misma y afina mi forma de estar en el mundo.

Con amor,
Karol <3

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *