Este texto no es una confesión. Es un espejo. Si estás leyendo esto, quizá también estés en medio de una reconstrucción silenciosa. Tal vez sientes que has vivido mucho sin que nadie lo note, que llevas un mundo dentro que todavía no tiene nombre. Entonces este texto es para ti.
Tengo mi vuelo, aunque los problemas sean mundanos.
Es una frase de una canción escrita por un amigo rapero.
Y yo la sostengo como un mantra. Me la repito como quien repite un conjuro sencillo. Porque lo que he vivido no se nota desde afuera. No está en mis fotos. No lo cuento en voz alta.
Pero por dentro he sido guerra.
Pasé años en pelea conmigo misma. Me rompí, me desarmé. Tuve que aprender a distinguir lo que me había sido impuesto de lo que realmente soy. La armadura que llevaba puesta no era mía. Me había sido heredada, forjada por expectativas, traumas ajenos y la necesidad de sobrevivir.
Ahora estoy aquí. De pie. Sin esa coraza. Sintiendo el viento en la piel, en el cabello. No porque todo esté resuelto, sino porque por fin no me estoy escondiendo.
Soy mujer. Soy humana. Soy mía.
Ese vuelo del que habla la canción no es metafísico. Es cotidiano.
La frescura de unas sábanas limpias. El aroma de un tomate maduro. Un beso que no se espera. La risa de mis hijos llenando el aire.
Aprendí que no necesito mucho para estar bien.
Y también aprendí que no quiero demasiada gente alrededor. Solo la justa. La que se queda sin hacer ruido y alimenta el alma con su sola presencia.
Busqué durante muchos años algo que fuera verdaderamente mío, pero todo lo que probé, sentía que eran para los otros. No me pertenecían para mostrar, para dar, para cumplir.
Y en el fondo sabía que había algo más. Algo que tenía que encontrar.
Dentro mia.
La vida fue ensayo y error. En proyectos. En relaciones. En decisiones.
El mundo tiene una forma de confundirte: te muestra lo que «deberías ser» y se olvida de preguntarte quién sos.
Pero hubo algo que siempre quedó: escribir. Comunicar. Buscar los porqués.
Escribía en diarios. En papeles sueltos. En notas que nadie leería. Durante años pensé que eso no tenía valor. Porque no había nota. Ni escenario. Ni recompensa.
Pero era lo más real que tenía.
Muchas veces, lo que parece fuerte por fuera está tambaleando por dentro.
Lo vi en casa. Lo viví. Personas que parecían héroes ante el mundo, pero que dentro de las paredes no sostenían nada.
Pasé tiempo buscando mi camino mientras me negaba a seguir uno que ya habitaba en mi. Y aunque pareciera que no hacía nada, dentro de mí había tormentas. Cambios. Derrumbes.
Ser madre fue parte de ese caos hermoso. Al principio, lo viví como una tarea. Había que cuidar. Había que proteger. Pero con el tiempo entendí que también estoy siendo formada por mis hijos.
Ahora intento vivir desde el presente. No adivinar todo. No controlarlo. Caminar paso a paso. Con atención. Con conciencia.
Siento que lo más vulnerable en mí es también lo más valioso. Y que cuando uno siente mucho, también puede tener miedo a abrirse. Se protege de amor.
Pero aprendí que cuando el amor llega, en cualquiera de sus formas, hay que abrirse. Incluso si da miedo.
Siento que lo más vulnerable en mí es también lo más valioso. Y que cuando uno siente mucho, a veces también teme desnudarse ante la vida. Se protege del amor. Pero aprendí que, cuando el amor llega, en cualquiera de sus formas, hay que abrirse.
Incluso si da miedo.
Hoy sé que puedo dar mucho. Porque tengo tanto adentro que desborda. Y aunque la reciprocidad haya sido escasa en el pasado, eso ya no determina lo que merezco.
Lo aprendí.
Lo escribí.
Mi vuelo es solo mío. Incluso si mis pies están firmemente en la tierra.
Por fin entiendo… acepto cada aprendizaje y todo lo que la vida me entrega.
Porque gracias a eso soy quien soy, agradecida por lo que tengo y por lo que está por venir.
Mereces todo lo bueno en la vida.
Sigue tu ritmo… lo que es para ti, llegará a su tiempo.
Con amor,
Karol <3

Deja una respuesta